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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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11-09-2019

 

El golpe de Estado en Chile

 

 

SURda

Chile

 

Ralph Miliband

 

Lo ocurrido en Chile el 11 de septiembre de 1973 no reveloŽ suŽbitamente nada nuevo acerca de las maneras en que los poderosos y los privilegiados buscan proteger su orden social: la historia de los uŽltimos 150 an~os estaŽ salpicada de tales episodios. Aun asiŽ, Chile ha obligado a mucha gente de izquierda a reflexionar y a hacerse algunas incoŽmodas preguntas en relacioŽn con la “estrategia” maŽs adecuada en los regiŽmenes de tipo occidental para lo que de un modo algo vago se ha llamado “transicioŽn al socialismo”.

Por supuesto, los Hombres Sensatos de la Izquierda, y otros tambieŽn, se han apresurado a proclamar que Chile no es Francia, o Italia, o Gran Bretan~a. Esto es totalmente cierto. No existe un paiŽs igual a otro: las circunstancias son siempre diferentes, no solo entre un paiŽs y otro, sino entre distintos periŽodos dentro de un mismo paiŽs. Este sabio juicio hace posible y plausible argumentar que la experiencia de un paiŽs o un periŽodo no puede ofrecer “lecciones” concluyentes. Eso tambieŽn es cierto, y como principio general se debiera desconfiar de aquellos que instantaŽneamente formulan “lecciones” para cada ocasioŽn. Lo maŽs probable es que ya las tuvieran mucho antes, y solo intentan acomodar la nueva experiencia a sus ideas previas. AsiŽ es que seamos cuidadosos con aceptar o dar “lecciones”.

En todo caso, y aun siendo cuidadosos, hay cosas que aprender de la experiencia, o desaprender, lo que viene a ser lo mismo. Se deciŽa, con mucha razoŽn, que solo Chile, en LatinoameŽrica, era una sociedad pluralista, liberal, constitucional, parlamentaria, y un paiŽs que teniŽa poliŽtica: no exactamente como los franceses, los estadounidenses o los britaŽnicos, pero que definitivamente existiŽa dentro de un marco “democraŽtico”, o, como diriŽan los marxistas, de la “democracia burguesa”.

Siendo este el caso, y con todo lo cuidadoso que uno quiera ser, lo ocurrido en Chile plantea ciertas preguntas, requiere ciertas respuestas, y puede incluso servir de recordatorio y advertencia. Puede sugerir, por ejemplo, que los estadios que permiten otros usos ademaŽs del deporte –como albergar a prisioneros poliŽticos de izquierda– existen no solo en Santiago, sino en Roma y PariŽs, o tambieŽn en Londres; o que debe haber algo errado en el hecho de que Marxism Today, la revista mensual “teoŽrica y de discusioŽn” del Partido Comunista britaŽnico, traiga como artiŽculo principal de la edicioŽn de septiembre de 1973 un discurso pronunciado en julio por el secretario general del Partido Comunista chileno, Luis CorvalaŽn (actualmente en prisioŽn en espera de juicio y una eventual ejecucioŽn),1 que se titula “¡NO A LA GUERRA CIVIL! PERO ESTAMOS PREPARADOS PARA APLASTAR LA SEDICIOŽN”. A la luz de lo ocurrido, esa respetable consigna luce pateŽtica e insinuŽa que algo anda muy mal aquiŽ, algo que se debe evaluar para tratar de ver las cosas maŽs claramente.

Puesto que Chile era una democracia burguesa, lo que ocurrioŽ alliŽ tiene que ver con la democracia burguesa, y con lo que puede tambieŽn ocurrir en otras democracias burguesas. DespueŽs de todo, a la man~ana siguiente del golpe The Times escribiŽa (y la gente de izquierda deberiŽa memorizar cuidadosamente estas palabras): “... hayan o no las Fuerzas Armadas hecho lo correcto al actuar del modo en que han actuado, las circunstancias eran tales que cualquier militar razonable puede de buena fe haber pensado que era su deber constitucional intervenir”.2 Si un episodio similar ocurriese en Gran Bretan~a, no es descabellado pensar que quienquiera que esteŽ dentro del estadio Wembley no seraŽ el editor del Times: eŽl estaraŽ ocupado escribiendo editoriales lamentando esto y lo otro, pero coincidiendo, aunque de mala gana, en que tomadas en cuenta todas las circunstancias, y a pesar de la naturaleza angustiosa de la eleccioŽn, no habiŽa alternativa sino la de un militar razonable que de buena fe puede haber pensado que era su deber... etceŽtera.

Cuando Salvador Allende fue elegido Presidente de Chile en septiembre de 1970, se dijo que el reŽgimen que se inauguraba en ese momento constituiriŽa un experimento de transicioŽn paciŽfica o parlamentaria al socialismo. Tal y como resultaron los siguientes tres an~os, fue una afirmacioŽn exagerada.

El gobierno de la UP avanzoŽ mucho en cuanto a reformas econoŽmicas y sociales, y bajo condiciones increiŽblemente adversas, pero se mantuvo como un reŽgimen deliberadamente “moderado”: de hecho, no parece exagerado decir que la causa de su destruccioŽn, o al menos una causa importante, fue su obstinada “moderacioŽn”. Pero no, ahora nos dicen los expertos, como el profesor Hugh Thomas, de la Escuela de Estudios Europeos ContemporaŽneos de la Universidad de Reading: el problema fue que Allende estaba muy influenciado por figuras como Marx o Lenin, “maŽs que por Mill, Tawney o Aneurin Bevan, o cualquier otro socialista democraŽtico europeo”.

Siendo este el caso, continuŽa animadamente el profesor Thomas, “el golpe de Estado en Chile de ninguna manera puede considerarse una derrota para el socialismo democraŽtico, sino para el socialismo marxista”. Todo estaŽ bien, entonces, por lo menos para el socialismo democraŽtico. Eso siŽ, “no hay duda de que el doctor Allende teniŽa el corazoŽn bien puesto”, debemos ser justos en esto; pero “hay muchas razones para pensar que su receta era la equivocada para los males del paiŽs, y por supuesto el resultado de tratar de aplicarla puede haber conducido a un cirujano de hierro a hacerse cargo. La receta correcta, por supuesto, era el socialismo keynesiano, no marxista”.3 AhiŽ estaŽ: el problema con Allende es que no era Harold Wilson, rodeado de consejeros imbuidos del socialismo keynesiano, como el mismo profesor Thomas obviamente lo estaŽ.

No debemos quedarnos en los thomases de este mundo y sus opiniones preconcebidas acerca de las poliŽticas de Allende. Pero, aunque la experiencia chilena puede no haber sido un test vaŽlido para la “transicioŽn paciŽfica al socialismo”, todaviŽa ofrece un ejemplo muy sugerente de lo que puede ocurrir cuando un gobierno da la impresioŽn, en una democracia burguesa, de que genuinamente intenta realizar transformaciones verdaderamente serias en el orden social, y moverse hacia el socialismo, de una manera no obstante gradual y constitucional; y cualquier cosa que pueda decirse sobre Allende y sus colaboradores, sobre sus estrategias y poliŽticas, debe tomar en cuenta que es esto lo que pretendiŽan hacer. No eran, y sus enemigos lo sabiŽan, meros poliŽticos burgueses voceando consignas “socialistas”. No eran “socialistas keynesianos”. Eran personas serias y dedicadas, como muchos lo han demostrado muriendo por lo que creiŽan. Es esto lo que hace que la reaccioŽn conservadora se torne un asunto de gran intereŽs e importancia, y por eso es necesario que tratemos de decodificar el mensaje, la advertencia, las “lecciones”. Porque la experiencia puede tener significados cruciales para otras democracias burguesas; de hecho, seguramente no hay necesidad de insistir en que una parte de esta experiencia repercutiraŽ directamente en cualquier “modelo” de cambio social radical en el marco de este sistema poliŽtico.

II

QuizaŽs el mensaje, advertencia o “leccioŽn” maŽs relevante es tambieŽn el maŽs obvio, y en consecuencia, el maŽs faŽcilmente ignorado. Tiene que ver con la nocioŽn de lucha de clases. Suponiendo que dejamos de lado la visioŽn de que la lucha de clases es resultado de la propaganda y agitacioŽn “extremistas”, queda el hecho de que la izquierda es maŽs afiŽn a la perspectiva seguŽn la cual la lucha de clases es un movimiento de los trabajadores y las clases subordinadas contra las clases dominantes. Por supuesto, eso es. Pero la idea de lucha de clases tambieŽn se refiere, y a menudo se refiere en primer lugar, a la lucha que libra la clase dominante, y el Estado actuando en su representacioŽn, en contra de los trabajadores y las clases subordinadas. Por definicioŽn, la lucha no es un proceso unidireccional; pero tambieŽn es conveniente enfatizar que la clase o clases dominantes la promueven activamente, y en muchas maneras mucho maŽs efectivamente que la batalla que libran las clases subordinadas.

En segundo lugar, pero en el mismo contexto, existe una enorme diferencia –tan grande que requiere un cambio de nombre– entre la lucha de clases “comuŽn”, del tipo que se ve diŽa a diŽa en las sociedades capitalistas, en los niveles econoŽmico, poliŽtico, ideoloŽgico, micro y macro, y que se sabe que no constituye una amenaza para el marco capitalista en el que tiene lugar, y la lucha de clases que afecta, o se piensa que puede afectar, el orden social de un modo verdaderamente esencial. La primera forma de lucha de clases constituye la sustancia, o gran parte de la sustancia, de la poliŽtica en la sociedad capitalista. No es trivial, o una mera farsa; pero tampoco fuerza excesivamente el sistema poliŽtico. La segunda forma habriŽa que describirla no simplemente como lucha de clases sino como una guerra de clases. AlliŽ donde los poderosos y los privilegiados (y quienes tienen el maŽximo poder y privilegios no son necesariamente los maŽs intransigentes) creen que enfrentan una amenaza real desde abajo, alliŽ donde piensan que el mundo que conocen y que les gusta y que quieren preservar empieza a ser socavado y a ceder control a fuerzas malignas y subversivas, entonces una forma completamente diferente de lucha de clases entra en operacioŽn, una cuya agudeza, dimensiones y universalidad garantiza la etiqueta de “guerra de clases”.

Chile habiŽa conocido durante muchas deŽcadas la lucha de clases dentro de un marco democraŽtico burgueŽs: esa era su tradicioŽn. Con la llegada al poder del Presidente Allende, progresivamente las fuerzas conservadoras transformaron la lucha de clases en una guerra de clases; y aquiŽ tambieŽn vale la pena recalcar que fueron las fuerzas conservadoras las que llevaron adelante este proceso.

Antes de detenerme en este tema, quisiera abordar un asunto que a menudo se plantea en relacioŽn con la experiencia chilena. Concretamente, la cuestioŽn de los porcentajes electorales. Con frecuencia se ha dicho que Allende, candidato presidencial de una coalicioŽn de seis partidos, solo obtuvo el 36% de los votos en septiembre de 1970, implicando de esta manera que si hubiese obtenido, digamos, 51% de los votos, la actitud de las fuerzas conservadoras hacia eŽl y su gobierno hubiese sido muy diferente. En un sentido puede ser cierto; pero en otro sentido me parece un peligroso disparate.

Tomando este uŽltimo primero: uno de los maŽs reconocidos expertos franceses en LatinoameŽrica, Marcel Niedergang, ha publicado un documento que es relevante en este tema. Se trata del testimonio de Joan GarceŽs, uno de los ase- sores cercanos de Allende por maŽs de tres an~os, quien, bajo las oŽrdenes directas del Presidente, escapoŽ del Palacio de La Moneda el 11 de septiembre. En la visioŽn de GarceŽs, fue precisamente despueŽs de que la coalicioŽn de gobierno incrementase su porcentaje electoral a 44% en las elecciones legislativas de marzo de 1973 que las fuerzas conservadoras comenzaron a pensar seriamente en un golpe de Estado. “Tras las elecciones de marzo –dice GarceŽs–, un golpe de Estado por la viŽa legal ya no era viable, ya que no seriŽa posible alcanzar la mayoriŽa de dos tercios requerida para destituir constitucionalmente al Presidente. Entonces la derecha entendioŽ que la viŽa electoral estaba agotada y que el uŽnico camino posible era el de la fuerza”.4 Lo ha confirmado uno de los principales promotores del golpe, el general de la Fuerza AeŽrea Gustavo Leigh, quien declaroŽ al corresponsal en Chile del Corriere della Sera que “iniciamos los preparativos para el derrocamiento de Allende en marzo de 1973, inmediatamente despueŽs de las elecciones parlamentarias”.5

Tal evidencia no es concluyente, pero tiene mucho sentido. Escribiendo antes de que esta informacioŽn estuviese disponible, Maurice Duverger dijo que, mientras Allende era apoyado por algo maŽs de un tercio de los chilenos al comienzo de su mandato, teniŽa a casi la mitad de la poblacioŽn de su lado al momento del golpe; y esa mitad era la maŽs afectada por las dificultades econoŽmicas. “Esta es probablemente la principal razoŽn para el golpe militar –escribe Duverger–. Mientras la derecha chilena creyoŽ que la experiencia de la Unidad Popular acabariŽa por voluntad de los electores, respetoŽ el juego democraŽtico. ValiŽa la pena respetar la ConstitucioŽn y esperar que pasara la tormenta. Pero cuando comenzoŽ a temer que esta no pasariŽa y que el juego de las instituciones liberales resultariŽa en la permanencia de Allende en el poder y en el desarrollo del socialismo, prefirioŽ la violencia a la ley”.6 Probablemente Duverger exagera la actitud democraŽtica de la derecha y su respeto por la ConstitucioŽn antes de las elecciones de marzo de 1973, pero su argumento principal parece muy sensato.

Y lo que implica es muy importante. A saber: en lo que respecta a las fuerzas conservadoras, los porcentajes electorales, sin importar lo altos que puedan ser, no le confieren legitimidad a un gobierno que les parece inclina- do hacia poliŽticas que ellas consideran efectiva o potencialmente desastrosas. Tampoco es esto en absoluto extraordinario: porque a ojos de la derecha quienes estaŽn en el poder son demagogos viciosos, traidores de clase, locos, gaŽnsteres y sinvergušenzas apoyados por una chusma ignorante, todos comprometidos en contribuir a la ruina y al caos de un paiŽs hasta ahora plaŽcido y paciŽfico, etceŽtera. El guioŽn nos es familiar. Desde esa perspectiva, la idea de que los apoyos electorales tienen alguŽn sentido es ingenua y absurda: lo que importa, para la derecha, no es el porcentaje de votos de un gobierno de izquierda, sino los objetivos por los que se mueve. Si los objetivos les parecen errados, profunda y verdaderamente errados, los porcentajes electorales les pareceraŽn irrelevantes.

Sin embargo, existe un sentido en el que los porcentajes siŽ importan dentro del tipo de situacioŽn poliŽtica que enfrenta la derecha en condiciones como las chilenas. Y es que mientras maŽs altos son los porcentajes de votos obtenidos por la izquierda en cualquier eleccioŽn, maŽs probable es que las fuerzas conservadoras se sientan intimidadas, desmoralizadas, divididas e inseguras de su rumbo. Estas fuerzas no son homogeŽneas; y es obvio que las demostraciones electorales de apoyo popular son muy uŽtiles para la izquierda en su confrontacioŽn con la derecha, siempre que la izquierda no las considere decisivas. En otras palabras, los porcentajes de apoyo pueden ayudar a intimidar a la derecha, pero no a desarmarla. Es muy posible que no se hubiese atrevido a atacar cuando lo hizo si Allende hubiese obtenido porcentajes electorales aun maŽs altos. Pero si, habiendo obtenido este apoyo, hubiese persistido en el rumbo al cual se sentiŽa inclinado, la derecha habriŽa atacado en cualquier oportunidad que se le presentara. El asunto era negar- les la oportunidad; o, fallando esto, asegurar que la confrontacioŽn ocurriera en los teŽrminos maŽs favorables que fuera posible.

III

Ahora propongo volver a la cuestioŽn de la lucha de clases y la guerra de clases, y a las fuerzas conservadoras que la desataron, con una referencia particular a Chile, aunque las consideraciones que ofrezco tienen una aplicacioŽn maŽs amplia, por lo menos en lo que respecta a la naturaleza de las fuerzas conser- vadoras que deben tomarse en cuenta, y que examinareŽ una por una, relacionaŽndolas con las formas de lucha en las que participan estas distintas fuerzas:

(a) La sociedad como campo de batalla

Hablar de “las fuerzas conservadoras”, como lo he hecho hasta aquiŽ, no implica la existencia de un bloque econoŽmico, social o poliŽtico homogeŽneo, ya sea en Chile o en cualquier otro lugar. En Chile, entre otras cosas, fueron las divisiones entre elementos de las fuerzas conservadoras las que hicieron posible la llegada de Allende a la Presidencia. Aun asiŽ, y tomando debidamente en cuenta estas divisiones, es necesario recalcar que un aspecto decisivo de la lucha de clases lo acometen estas fuerzas como un todo, en el sentido de que la lucha ocurre en toda la “sociedad civil” y no tiene frente, ni un foco especiŽfico, ni una estrategia en particular, ni una organizacioŽn o liderazgo elaborado: es la batalla diaria de cada miembro de las clases media y alta descontentas, cada uno a su manera, y tambieŽn de buena parte de la clase media baja. Se pelea desde un sentimiento que Evelyn Waugh expresara admirablemente cuando escribioŽ en 1959, recordando los “horrores” del reŽgimen de Attlee en Gran Bretan~a despueŽs de 1945, que en aquellos an~os de gobierno laborista “el reino pareciŽa estar bajo ocupacioŽn enemiga”. La ocupacioŽn enemiga invita a varias formas de resistencia, y todo el mundo aporta con algo. Esa resistencia incluye a duen~as de casa de clase media manifestaŽndose a traveŽs de caceroleos frente al palacio presidencial; duen~os de faŽbricas saboteando la produccioŽn; comerciantes acaparando existencias; duen~os de perioŽdicos y sus subordinados desarrollando incesantes campan~as en contra del gobierno; latifundistas impidiendo la reforma agraria; la difusioŽn de lo que en Gran Bretan~a durante la guerra se llamoŽ “inquietud y pesimismo”, o “inquietud y desconcierto” (ciertamente sancionado por la ley): en pocas palabras, todo lo que la gente influyente, acomodada, educada (o no tan bien educada) puede hacer para obstaculizar un gobierno que detesta. Tomado como una “totalidad no totalizada”, el dan~o que de este modo puede provocarse es muy considerable, y no he mencionado a los profesionales superiores, los meŽdicos, los abogados, los funcionarios puŽblicos, cuya capacidad para ralentizar el curso de una sociedad, de cualquier sociedad, debe reconocerse que es alta. No se requiere nada muy espectacular: solo un rechazo individual a la legitimidad del reŽgimen en nuestra vida diaria, lo que en siŽ mismo se transforma en una vasta y colectiva empresa dedicada a la produccioŽn de alteraciones.

Cabe suponer que la gran mayoriŽa de los miembros de las clases alta y media (no todos, por cierto) seraŽn irrevocablemente contrarios al nuevo reŽgimen. La cuestioŽn de la baja clase media es algo maŽs compleja. El primer requisito en esta relacioŽn es hacer una distincioŽn radical, por un lado, entre profesionales inferiores y oficinistas, teŽcnicos, personal administrativo, etc., y por otro lado los pequen~os capitalistas y microcomerciantes. Los primeros son parte integral de aquel “trabajador colectivo” del cual Marx habloŽ hace maŽs de un siglo; y estaŽn involucrados, al igual que la clase obrera industrial, en la produccioŽn de excedentes. Esto no significa que esta clase o estrato se veraŽ necesariamente a siŽ misma como parte de la clase obrera, o que automaŽticamente vaya a apoyar poliŽticas de izquierda (ni siquiera la propia clase obrera); pero siŽ que existe por lo menos una soŽlida base para una alianza.

Es mucho maŽs dudoso, de hecho muy probablemente sea falso, que esa base exista en la otra parte de la baja clase media, el pequen~o empresario y el microcomerciante. En el artiŽculo citado, Maurice Duverger sugiere que “la primera condicioŽn para la transicioŽn democraŽtica al socialismo en un paiŽs occidental como Francia es que un gobierno de izquierda tranquilice a las clases medias acerca de su futuro bajo el nuevo reŽgimen, de manera de disociarlas del nuŽcleo de grandes capitalistas que estaŽn condenados a desaparecer o a someterse a un estricto control”.7 El problema aquiŽ radica en lo siguiente: si con clases medias se refieren a los pequen~os capitalistas y microcomerciantes (y Duverger deja en claro que eŽl lo considera asiŽ), el intento estaŽ condenado desde el comienzo. Pensando en ellos, Duverger quiere “que la evolucioŽn hacia el socialismo sea muy gradual y muy lenta, de manera de recuperar en cada etapa una parte sustancial de aquellos que teniŽan temor al principio”. MaŽs aun, a las pequen~as empresas se les debe asegurar que su futuro seraŽ mejor que bajo el monopolio u oligopolio capitalista.8 Es interesante notar, y seriŽa divertido si el asunto no fuera tan serio, que el realismo que el profesor Duverger es capaz de desplegar en relacioŽn con Chile lo abandona tan pronto como se acerca a casa. Su escenario es ridiŽculo; e incluso si no lo fuera no existe posibilidad de que a las pequen~as empresas puedan daŽrseles garantiŽas apropiadas. No quisiera dar la impresioŽn de estar promoviendo la quiebra de los medianos y pequen~os kulaks urbanos de Francia: lo que digo es que adaptar la marcha de la transicioŽn al socialismo a las esperanzas y los temores de esta clase es promover la paraŽlisis o prepararse para el fracaso. Mejor no empezar. CoŽmo manejar el problema es un tema aparte. Pero es importante empezar siendo consciente del hecho de que, como clase social o estrato, este elemento debe ser reconocido como parte de las fuerzas conservadoras.

Sin duda parece haber sido el caso en Chile, particularmente en relacioŽn con los ahora famosos 40 mil duen~os de camiones, cuyas reiteradas huelgas incrementaron las dificultades del gobierno. Estas paralizaciones, muy bien coordinadas, y muy posiblemente subsidiadas por fuentes externas, ilustran el problema que un gobierno de izquierda debe esperar enfrentar, en mayor o menor medida dependiendo del paiŽs, en un sector de considerable importancia econoŽmica en teŽrminos de la distribucioŽn. El problema, iroŽnicamente, resalta aun maŽs por el hecho de que, de acuerdo con estadiŽsticas de Naciones Unidas, era esta clase media la que maŽs habiŽa prosperado bajo el reŽgimen de Allende en relacioŽn con la distribucioŽn del ingreso nacional. En efecto, pareciera que el 50% maŽs pobre de la poblacioŽn vio incrementarse su parte del total de 16,1% a 17,6%; que el ingreso de la clase media (45% de la poblacioŽn total) aumentoŽ de 53,9% a 57,7%; mientras que el del 5% maŽs rico de la poblacioŽn cayoŽ de 30% a 24,7%.9 DifiŽcilmente esta es la imagen de una clase media oprimida hasta morir, y de ahiŽ la importancia de su hostilidad.

(b) La intervencioŽn de fuerzas conservadoras externas

No es posible discutir la guerra de clases en ninguŽn lugar, muchos menos en AmeŽrica Latina, sin tomar en consideracioŽn la intervencioŽn extranjera, maŽs especiŽficamente y de manera obvia la intervencioŽn del imperialismo estadounidense, representado tanto por intereses privados como por el mismo Estado norteamericano. Las actividades de la ITT han recibido bastante publicidad, asiŽ como sus planes de hundir al paiŽs en el caos de manera de conseguir que los “militares amigos” llevaran a cabo un golpe de Estado. Por supuesto, la ITT no era la uŽnica gran empresa operando en Chile; de hecho, no habiŽa un sector importante de la economiŽa chilena que no estuviese integrado, y en algunos casos dominado, por empresas estadounidenses, y su hostilidad hacia el reŽgimen de Allende debe haber acrecentado en gran medida las dificultades econoŽmicas, sociales y poliŽticas del gobierno. Todo el mundo sabe que la balanza de pagos de Chile depende en gran medida de sus exportaciones de cobre: pero el precio mundial del metal rojo, que se habiŽa reducido casi a la mitad en 1970, permanecioŽ a ese nivel hasta fines de 1972; Estados Unidos ejercioŽ entonces una enorme presioŽn mundial para que se interpusiera un embargo al cobre chileno.

AdemaŽs, presionoŽ fuertemente y con eŽxito al Banco Mundial para que este denegara preŽstamos y creŽditos a Chile, aunque no era necesaria demasiada presioŽn, ya fuera en el Banco Mundial o en otras instituciones bancarias. Pocos diŽas despueŽs del golpe, The Guardian sen~alaba que “los nuevos anticipos netos, congelados como resultado de la presioŽn estadounidense, incluiŽan sumas que totalizaban 30 millones de libras: todo para proyectos que el Banco Mundial ya habiŽa aprobado como dignos de respaldo”.10 El presidente del Banco Mundial es por supuesto el sen~or Robert McNamara. Se dijo en su momento que el sen~or McNamara habiŽa experimentado alguŽn tipo de conversioŽn espiritual por el remordimiento que sentiŽa, habiendo sido ministro de Defensa de Estados Unidos, al infligir tanto sufrimiento al pueblo vietnamita: bajo su direccioŽn, el Banco Mundial iriŽa efectivamente en ayuda de los paiŽses pobres. Lo que omitiŽan aquellos que intentaron convencernos de esta linda historia es que habiŽa una condicioŽn: los paiŽses pobres debiŽan mostrar la mayor deferencia, y Chile no lo haciŽa, por las demandas de la empresa privada, particularmente de la empresa privada norteamericana.

AsiŽ, el reŽgimen de Allende enfrentoŽ, desde el comienzo, la implacable tentativa estadounidense de estrangular la economiŽa. En comparacioŽn con este hecho –que debe considerarse en conjunto con el sabotaje realizado por los intereses econoŽmicos conservadores internos–, los errores cometidos por el reŽgimen son relativamente de menor importancia, aun cuando se les echen a la cara vivamente, no solo sus criŽticos sino tambieŽn los amigos del gobierno de Allende. Lo verdaderamente extraordinario, contra tales probabilidades, no son los errores sino el hecho de que el reŽgimen resistiera econoŽmicamente hasta el fin; tanto maŽs cuanto que fue sistemaŽticamente obstaculizado por los partidos de oposicioŽn en el Congreso cuando quiso tomar las acciones necesarias.

Desde esta perspectiva, la cuestioŽn de si el gobierno de Estados Unidos es- tuvo o no directamente involucrado en la preparacioŽn del golpe militar no es particularmente importante. SabiŽa del golpe antes que ocurriera, eso es seguro. El ejeŽrcito chileno teniŽa viŽnculos cercanos con el ejeŽrcito estadounidense. Y seriŽa estuŽpido pensar que el tipo de personas que manejan el gobierno de Estados Unidos se restariŽan de una participacioŽn activa en un golpe, o de im- pulsarlo. Sin embargo, lo importante aquiŽ es que durante los tres an~os previos el gobierno de Estados Unidos hizo todo lo que estuvo en sus manos –en teŽrminos de una guerra econoŽmica en su contra– para preparar el camino para el derrocamiento del reŽgimen de Allende.

(c) Los partidos poliŽticos conservadores

El tipo de lucha de clases conducido por las fuerzas conservadoras en la sociedad civil al que hice referencia requiere de direccioŽn y articulacioŽn poliŽtica en uŽltimo teŽrmino, tanto en el Congreso como en todo el paiŽs, si es que va a transformarse en una fuerza poliŽtica realmente efectiva. Esta direccioŽn la proporcionan los partidos conservadores, y en Chile fue principalmente facilitada por la Democracia Cristiana.

Tal como la UnioŽn DemoŽcrata Cristiana en Alemania y el Partido DemoŽcrata Cristiano en Italia, la Democracia Cristiana en Chile albergaba muchas tendencias en su interior, desde varias formas de radicalismo (aunque los maŽs radicales se apartaron para formar sus propias agrupaciones tras el triunfo de Allende) hasta el conservadurismo extremo. Pero representaba en esencia a la derecha constitucionalista, el partido del orden, una de cuyas figuras maŽs emblemaŽticas, Eduardo Frei Montalva, habiŽa sido Presidente antes de Allende.

Con constante y creciente determinacioŽn, esta derecha constitucionalista buscoŽ por todos los medios en su poder –del lado de la legalidad– bloquear las acciones del gobierno y evitar que funcionara adecuadamente. Los partidarios del parlamentarismo siempre dicen que el funcionamiento del sistema depende de que haya cierto grado de cooperacioŽn entre el gobierno y la oposicioŽn; y sin duda estaŽn en lo cierto. Al gobierno de Allende le fue negada esta cooperacioŽn por la misma gente que nunca cesoŽ de proclamar su adhesioŽn a la democracia parlamentaria y al constitucionalismo. AquiŽ tambieŽn, en el frente legislativo, la lucha de clases se transformoŽ en guerra de clases. Las asambleas legislativas son, con algunas reservas que no vienen al caso aquiŽ, parte del sis- tema estatal; y en Chile el Congreso estaba soŽlidamente bajo el control de la oposicioŽn. TambieŽn lo estaban otros importantes sectores del sistema estatal, a las que me referireŽ maŽs adelante.

La resistencia de la oposicioŽn, en el Congreso y fuera de eŽl, no asumioŽ sus verdaderas dimensiones hasta la victoria alcanzada por la Unidad Popular en las elecciones de marzo de 1973. Ya en el oton~o los antiguos constitucionalistas y parlamentaristas se habiŽan lanzado al camino de la intervencioŽn militar. DespueŽs del abortado golpe del 29 de junio, el “Tanquetazo”, que marca el comienzo de la crisis final, Allende tratoŽ de alcanzar un compromiso con los liŽderes de la Democracia Cristiana, Aylwin y Frei. Estos se rehusaron, y aumentaron la presioŽn sobre el gobierno. El 22 de agosto, la CaŽmara de Diputados, dominada por su partido, aproboŽ una mocioŽn que efectivamente llamaba a las Fuerzas Armadas a “poner teŽrmino a las situaciones que constituiŽan una violacioŽn a la ConstitucioŽn”. Por lo menos en el caso chileno, no hay dudas sobre la responsabilidad directa que cargan estos poliŽticos en el derrocamiento del reŽgimen de Allende.

Ciertamente los liŽderes de la Democracia Cristiana habriŽan preferido ex- pulsar a Allende sin recurrir al uso de la fuerza, y dentro del marco de la ConstitucioŽn. A los poliŽticos burgueses no les gustan los golpes militares, en buena parte porque los privan de su rol. Pero les guste o no, y a pesar de lo empapados de constitucionalismo que puedan estar, la mayoriŽa se volveraŽ hacia los militares dondequiera que sientan que las circunstancias lo demandan.

Los caŽlculos que entran en juego en la decisioŽn de que las circunstancias de- mandan recurrir a la ilegalidad son muchos y complejos. Incluyen presiones e instigaciones de diferentes tipos y calibres. Una de esas presiones es la presioŽn general, difusa, de la clase o clases a las cuales estos poliŽticos pertenecen. Il faut en finir, se les dice desde todos los frentes, o mejor dicho desde los frentes a los que ellos prestan atencioŽn; y esto importa en la deriva hacia el golpismo. Pero otra presioŽn, que se vuelve cada vez maŽs importante en la medida en que la crisis aumenta, es la de los grupos a la derecha de los conservadores constitucionalistas, que en tales circunstancias pasan a ser un elemento que importa.

(d) Agrupaciones de tipo fascista

El reŽgimen de Allende tuvo que enfrentar la violencia organizada de agrupaciones fascistas. Esta actividad de guerrilla del ala maŽs extremista de la derecha crecioŽ hasta asumir proporciones febriles en los meses previos al golpe; implicoŽ el estallido de instalaciones eleŽctricas, ataques a militantes de izquierda y otras acciones de ese orden que contribuyeron enormemente a la sensacioŽn general de que de alguna manera habiŽa que poner fin a la crisis. AquiŽ tambieŽn, acciones de este tipo, en circunstancias “normales” de conflicto de clases, no tienen un significado poliŽtico muy importante, ciertamente no el de amenazar a un reŽgimen o siquiera dejar muchas marcas en eŽl; si el grueso de las fuerzas conservadoras permanecen en el aŽmbito constitucionalista, las agrupaciones de tipo fascista permanecen aisladas, incluso la derecha tradicional las rehuŽye.

Pero, en circunstancias excepcionales, uno se relaciona con gente con la que de otro modo nunca seriŽa visto ni muerto en la misma habitacioŽn; uno asiente y da un guin~o donde antes un cen~o fruncido y una reprimenda hubieran sido casi la respuesta automaŽtica. “Son joŽvenes”, dicen ahora con indulgencia los adultos conservadores. “Por supuesto, son salvajes y hacen cosas lamentables. Pero mira a quieŽn atacan, y queŽ esperas cuando tienes un gobierno de dema- gogos, criminales y ladrones.” AsiŽ que grupos como Patria y Libertad opera- ron maŽs y maŽs audazmente en Chile, ayudaron a acrecentar la sensacioŽn de crisis y alentaron a los poliŽticos a pensar en teŽrminos de soluciones draŽsticas para acabar con ella.

e) OposicioŽn administrativa y judicial

Las fuerzas conservadoras en cualquier parte pueden siempre contar con el apoyo, la aquiescencia o la simpatiŽa maŽs o menos expliŽcitos de los escalones superiores del sistema puŽblico; y es maŽs, de muchos, si no la mayoriŽa, de los miembros de los escalones inferiores tambieŽn. Por origen social, educacioŽn, estatus, viŽnculos de parentesco y amistad, los escalones superiores, para enfocarnos en ellos, son parte intriŽnseca del campo conservador; y si ninguno de estos factores sirviera, seguramente algunas disposiciones ideoloŽgicas los ubicariŽan alliŽ. Los funcionarios puŽblicos de alto rango y miembros del Poder Judicial pueden, en teŽrminos ideoloŽgicos, estar entre el liberalismo moderado y el conservadurismo extremo, pero el liberalismo moderado, en su cara maŽs progresista, es el uŽltimo extremo del espectro. En condiciones “normales” de conflicto social, esta situacioŽn puede no encontrar una gran expresioŽn excepto en teŽrminos del tipo de sesgo impliŽcito o expliŽcito que se espera de esa gente. Pero en condiciones de crisis, cuando la lucha de clases adquiere el caraŽcter de guerra de clases, estos miembros del aparato estatal pasan a ser activos participantes en la batalla, y lo maŽs probable es que quieran aportar su grano de arena al esfuerzo patrioŽtico para salvar a su amado paiŽs –ni hablar de sus amados cargos– de los peligros que los acechan.

El reŽgimen de Allende heredoŽ un personal que por largos an~os habiŽa trabajado bajo las oŽrdenes de partidos conservadores, y que no puede haber incluido a mucha gente que viera al nuevo reŽgimen con alguŽn tipo de simpatiŽa. Buena parte de eso cambioŽ con la renovacioŽn de personal en cargos de alto rango que impuso el nuevo gobierno, pero aun asiŽ, y quizaŽs inevitablemente, dadas las circunstancias, los mandos medios y bajos continuaron siendo ocupados por buroŽcratas tradicionales y establecidos. El poder de esa gente puede llegar a ser muy grande. Puede venir una orden desde lo alto, pero ellos estaŽn en buena posicioŽn para hacer que no avance, o que no avance lo suficiente. Para variar la metaŽfora, la maŽquina no responde apropiadamente porque los mecaŽnicos a su cargo no tienen un particular deseo de que funcione como se debe. A mayor sensacioŽn de crisis, menos voluntad tienen los mecaŽnicos; y mientras menos voluntad tienen, mayor es la crisis.

A pesar de todo, el reŽgimen de Allende no “colapsa”. A pesar de la obstruccioŽn legislativa, el sabotaje administrativo, la guerra poliŽtica, la intervencioŽn extranjera, los recortes econoŽmicos, las divisiones internas; a pesar de todo esto, el reŽgimen aguanta. Ese, para los poliŽticos y las clases que estos representaban, era el problema.

En un artiŽculo que en este momento quiero comentar, Eric Hobsbawm sen~ala acertadamente que “para aquellos comentaristas de la derecha que se preguntan queŽ otra opcioŽn les quedaba a los opositores de Allende maŽs que un golpe, la respuesta es simple: no hacer un golpe”.11 Esto, sin embargo, significaba incurrir en el riesgo de que Allende pudiera zafarse de las dificultades que enfrentaba. De hecho, pareciera que, el diŽa previo al golpe, eŽl y sus ministros habiŽan decidido hacer uso de un uŽltimo recurso constitucional, un plebiscito, que seriŽa anunciado el 11 de septiembre. TeniŽa esperanzas de que un triunfo plebiscitario hiciera que los golpistas se lo pensaran mejor, lo que le concederiŽa nuevos espacios para la accioŽn. Si perdiŽa, habriŽa renunciado, con la esperanza de que las fuerzas de izquierda alguŽn diŽa estuvieran en un mejor pie para ejercer el poder.12 Cualquiera sea el juicio que se haga de esta estrategia, de la que los poliŽticos conservadores deben haber tenido conocimiento, arriesgaba prolongar la crisis a la que estos estaban freneŽticos por poner fin; y esto significoŽ la aceptacioŽn –de hecho, el apoyo activo– del golpe de Estado que los militares habiŽan estado preparando. Al final, y de cara al peligro presentado por el respaldo popular a Allende, no quedaba maŽs remedio: los asesinos debiŽan ser convocados.

(f) Los militares

Por supuesto se nos ha dicho, una y otra vez, que las Fuerzas Armadas en Chile, a diferencia de todos los otros paiŽses en LatinoameŽrica, eran poliŽ- ticamente neutrales, no deliberantes, constitucionalistas, etc.; y aunque el hecho se ha exagerado, en teŽrminos generales era cierto que los militares en ese paiŽs no “se mezclaban en poliŽtica”. Tampoco existen motivos para dudar de que en la eŽpoca en que Allende llegoŽ al poder, y durante un tiempo despueŽs, no queriŽan intervenir y no pensaban en montar un golpe de Estado. Fue despueŽs de la aparicioŽn del “caos”, de la inestabilidad poliŽtica extrema, y de que se revelara la debilidad en la respuesta del reŽgimen a la crisis, que las fuerzas militares conservadoras entraron en accioŽn, y entonces inclinaron la balanza decisivamente. Pero seriŽa desquiciado pensar que su “neutralidad” y “actitud apoliŽtica” significaban que no teniŽan posturas ideoloŽgicas definidas, y que estas no eran definitivamente conservadoras. Como sen~ala Marcel Niedergang, “sea lo que sea que se haya dicho, nunca han existido oficiales de alto rango que fueran socialistas, para queŽ hablar de comunistas. HabiŽa dos grupos: los partidarios de la legalidad y los enemigos del gobierno de izquierda. Los segundos, cada vez maŽs y maŽs numerosos, fueron los que finalmente triunfaron”.13

Las cursivas de la cita tienen la intencioŽn de transmitir la dinaŽmica decisiva de los acontecimientos en Chile, y que afectoŽ a los militares tanto como a todos los demaŽs protagonistas. Esta nocioŽn de proceso dinaŽmico es esencial para el anaŽlisis de cualesquiera de las situaciones dentro de esta clase: personas que son de tal modo, y que quieren o no quieren hacer esto o lo otro, cambian bajo el impacto de eventos que se suceden muy raŽpidamente. Por supuesto, mayormente cambian dentro de un cierto margen de opciones, pero en tales situaciones de todos modos el cambio puede ser muy grande. AsiŽ, en ciertas situaciones los militares conservadores pero constitucionalistas se vuelven solo maŽs conservadores: y esto quiere decir que dejan de ser constitucionalistas. La pregunta obvia es queŽ es lo que produjo el giro. En parte, sin duda, la respuesta se encuentra en la situacioŽn “objetiva”, que se percibiŽa como empeorando cada diŽa; tambieŽn en la presioŽn generada por las fuerzas conservadoras. Pero en gran medida se debioŽ a la postura que adoptoŽ el gobierno en curso, y a coŽmo se percibioŽ esa postura. Como yo lo entiendo, la deŽbil respuesta del gobierno de Allende al intento de golpe del 29 de junio, su constante retirada ante las fuerzas conservadoras (y los militares) en las semanas subsiguientes, y la peŽrdida que le significoŽ la renuncia del general Prats, el uŽnico general que pareciŽa firmemente preparado para mantenerse junto al reŽgimen, todo esto debe haber tenido mucho que ver con el hecho de que los enemigos del gobierno dentro de las fuerzas armadas (o sea, los uniformados que estaban preparados para un golpe) se hicieran “maŽs y maŽs numerosos”. En estas materias, hay una ley que se mantiene: mientras maŽs deŽbil es el gobierno, maŽs audaces sus enemigos, y maŽs numerosos se vuelven diŽa tras diŽa.

AsiŽ fue que aquellos generales constitucionalistas atacaron el 11 de septiembre, llevando a cabo la accioŽn que habiŽan etiquetado –de manera muy significativa a la luz de la masacre de los izquierdistas en Indonesia– como OperacioŽn Yakarta. Antes de continuar con la siguiente parte de esta historia, aquella que concierne a las acciones del reŽgimen allendista, su estrategia y direccioŽn, es necesario recalcar la brutalidad de la represioŽn desatada por el golpe militar, y sub- rayar la responsabilidad que les corresponde a los poliŽticos conservadores en ella. Marx, escribiendo inmediatamente despueŽs de la Comuna de PariŽs, y mientras los comuneros continuaban siendo ejecutados, sen~alaba con amargura que “la civilizacioŽn y justicia del orden burgueŽs asoma en su espeluznante luz cada vez que los esclavos y burros de carga de ese orden se levantan contra sus amos. Entonces esta civilizacioŽn y orden se presentan como manifiesto salvajismo y venganza sin ley”.14 Sus palabras aplican bien al caso de Chile despueŽs del golpe. El semanario Newsweek, no precisamente un medio muy de izquierda, publicoŽ una croŽnica de su corresponsal en Santiago poco despueŽs del golpe, titulado “Slaughterhouse in Santiago” (Matadero en Santiago), que deciŽa lo siguiente:

"La semana pasada me coleŽ por una puerta lateral de la morgue de la ciudad de Santiago, mostrando raŽpidamente mi credencial de prensa otorgada por la Junta con la impaciente autoridad de un alto oficial. Ciento cincuenta cadaŽveres yaciŽan en el suelo del primer piso, esperando ser identificados por sus familias. Arriba, paseŽ por una puerta batiente y alliŽ, en un mal iluminado pasillo habiŽa por lo menos otros cincuenta cuerpos, apretados unos con otros, sus cabezas contra la pared. Estaban todos desnudos.

La mayoriŽa habiŽan sido ejecutados con un tiro a corta distancia bajo la barbilla. Algunos teniŽan el cuerpo ametrallado. Sus pechos habiŽan sido abiertos y luego grotescamente cosidos en lo que presumiblemente haya sido una autopsia pro forma. Todos eran joŽvenes y, a juzgar por la aspereza de sus manos, de la clase obrera. Un par de ellos eran mujeres, distinguibles entre la masa de cuerpos solo por las curvas de sus pechos. La mayoriŽa de las cabezas habiŽan sido aplastadas. PermaneciŽ alliŽ por unos dos minutos a lo sumo, luego me fui.

Los funcionarios de la morgue han sido advertidos de que seraŽn enjuiciados por una corte marcial y ejecutados en caso de que revelen lo que ocurre alliŽ adentro. Pero las mujeres que entran a ver los cuerpos dicen que hay entre cien y ciento cincuenta en el primer piso todos los diŽas. Y yo pude obtener un recuento oficial de la morgue de manos de la hija de un funcionario: ella me dijo que, a catorce diŽas del golpe, la morgue habiŽa recibido y procesado dos mil setecientos noventa y seis cadaŽveres".15

El mismo diŽa en que aparecioŽ esta croŽnica, el Times de Londres comentaba en un editorial que “la existencia de una guerra o algo muy parecido explica claramente la draŽstica severidad del nuevo reŽgimen, lo que ha tomado por sorpresa a muchos observadores”. La “guerra” era por supuesto una invencioŽn de The Times. HabieŽndola inventado, continuoŽ observando que “un gobierno militar enfrentado a una vasta oposicioŽn armada (¿?) es poco probable que sea muy puntilloso con las finuras constitucionales o incluso con los derechos humanos baŽsicos”. Pero, por si acaso se cree que el Times aprobaba la “draŽstica severidad” del nuevo reŽgimen, el perioŽdico deciŽa a sus lectores que “debe permanecer viva la esperanza de los amigos de Chile en el extranjero, como sin duda de la gran mayoriŽa de los chilenos, de que los derechos humanos pronto seraŽn plenamente respetados y que el gobierno constitucional seraŽ restablecido a la brevedad”.16 AmeŽn.

Nadie sabe cuaŽnta gente ha sido asesinada en el terror que siguioŽ al golpe, ni cuaŽnta gente todaviŽa va a morir como resultado de eŽl. Si un gobierno de izquierda hubiese mostrado una deŽcima parte de la crueldad de la junta militar, llamativos titulares en todo el mundo “civilizado” lo habriŽan denunciado diŽa por medio. Tal como estaŽ, el asunto fue raŽpidamente pasado por alto y con suerte sonoŽ el crujido de una semilla cuando el gobierno britaŽnico se apresuroŽ, once diŽas despueŽs del golpe, a reconocer a la Junta. Lo mismo hicieron otros gobiernos occidentales amantes de la libertad.

Podemos entender que la gente pudiente en Chile compartiera, y maŽs que compartiera, los sentimientos del editor del Times de Londres en relacioŽn a que, dadas las circunstancias, no podriŽa esperarse que los militares fueran “muy puntillosos”. AquiŽ tambieŽn, Hobsbawm lo explica claro cuando dice que en general “la izquierda ha subestimado el temor y el odio de la derecha, la facilidad con que los hombres y mujeres bien vestidos adquieren el gusto por la sangre”. Esta es una vieja historia. En su Flaubert, Sartre cita una entrada del diario de Edmond de Goncourt del 31 de mayo de 1871, inmediatamente despueŽs de que la Comuna de PariŽs habiŽa sido aplastada: “EstaŽ bien. No ha habido conciliacioŽn ni compromiso. La solucioŽn ha sido brutal. Ha sido pura fuerza (...) un ban~o de sangre tal como este, al ejecutar a la parte militante de la poblacioŽn ["la partie bataillante de la population"], posterga por una generacioŽn la nueva revolucioŽn. Son veinte an~os de tranquilidad los que la vieja sociedad tiene por delante si las autoridades se atreven a todo lo que hay que atreverse en este momento”.17 Goncourt, como bien sabemos, no teniŽa necesidad de preocuparse. Tampoco la clase media chilena, si los militares no solo se atreven sino si son capaces –esto es, si se les permite– de dar a Chile “veinte an~os de tranquilidad”. Una periodista con una larga experiencia en Chile reporta, tres semanas despueŽs del golpe, el “juŽbilo” de sus amigas de clase alta que habiŽan rogado mucho tiempo por que se produjera el golpe.18 Probablemente estas damas no se preocuparaŽn demasiado por la masacre de los militantes de izquierda. Tampoco lo haraŽn sus esposos.

Lo que al parecer preocupa a los poliŽticos conservadores ha sido la meticulosidad con que los militares han actuado para restaurar “la ley y el orden”. Perseguir y disparar a los militantes es una cosa, como lo es la quema de libros y la intervencioŽn de las universidades. Pero disolver el Congreso, censurar la poliŽtica y juguetear con la idea de un Estado “corporativista” del tipo fascista, como algunos de los generales estaŽn haciendo, es otra cosa, y bastante maŽs seria. De modo que los liŽderes de la Democracia Cristiana, que tuvieron un papel muy relevante en azuzar a los militares, y que continuŽan manifestando su respaldo a la Junta, han comenzado sin embargo a expresar su “inquietud” por algunas de sus inclinaciones. El expresidente Frei, un tipo resuelto, ha llegado a decir confidencialmente a una periodista francesa su creencia de que “la Democracia Cristiana tendraŽ que pasarse a la oposicioŽn de aquiŽ a dos o tres meses”,19 presumiblemente despueŽs de que las Fuerzas Armadas hayan sacrificado suficientes militantes izquierdistas. Al estudiar el comportamiento y las declaraciones de hombres como estos, uno entiende mejor el desprecio salvaje que Marx expresaba hacia los poliŽticos burgueses a quienes execroŽ en sus escritos histoŽricos. La estirpe no ha cambiado.

IV

La configuracioŽn de las fuerzas conservadoras que he presentado en la seccioŽn previa es esperable que exista en cualquier democracia burguesa, por supuesto que no en las mismas proporciones o con exactos paralelos; pero el patroŽn de Chile no es uŽnico. Siendo este el caso, lo maŽs importante es intentar un anaŽlisis lo maŽs preciso posible de la respuesta del reŽgimen de Allende al desafiŽo que le fue impuesto por estas fuerzas.

Como suele ocurrir, y mientras haya y continuŽe habiendo controversias interminables en la izquierda sobre quieŽn carga con la responsabilidad de lo que se hizo mal (si es que alguien la tiene), y si hubo algo maŽs que pudo haberse hecho, habraŽ muy poca controversia sobre cuaŽl fue de hecho la estrategia del reŽgimen de Allende. De hecho, no la hay, en la izquierda. Tanto los Sensatos como los Rabiosos de la Izquierda al menos estaŽn de acuerdo en que la estrategia de Allende era llevar a cabo una transicioŽn constitucional y paciŽfica al socialismo. Los Sensatos de la Izquierda opinan que este era el uŽnico camino posible y deseable. Los Rabiosos de la Izquierda afirman que ese era el camino al desastre. Resulta que estos teniŽan la razoŽn; pero todaviŽa estaŽ por verse si la tuvieron por las razones correctas. En cualquier caso, hay varias preguntas que aparecen aquiŽ, que son muy importantes y muy complejas para responderlas con esloŽganes. Son algunas de estas preguntas las que quisiera abordar ahora.

Para empezar por el comienzo: concretamente, con el modo en el que la llegada al poder –o al gobierno– de la izquierda debe ser concebido en las democracias burguesas. La mayor chance por lejos es que esto ocurra viŽa el eŽxito electoral de una coalicioŽn de comunistas, socialistas y otras agrupaciones de tendencias maŽs o menos radicales. ¿La razoŽn? No es que no pueda haber una crisis, lo que abririŽa posibilidades de otro tipo (por ejemplo, el Mayo franceŽs fue una crisis de esta iŽndole), pero, sea por buenas o por malas razones, los partidos que debieran ser capaces de acceder al poder en este tipo de situaciones, especiŽficamente las principales formaciones de la izquierda –en particular los partidos comunistas de Francia e Italia–, no tienen la menor intencioŽn de embarcarse en tal rumbo, y de hecho creen fuertemente que hacerlo invitariŽa al desastre y supondriŽa un retraso del movimiento de la clase obrera durante generaciones por venir. Su actitud podriŽa cambiar si se dan circunstancias de un tipo que no se puede anticipar; por ejemplo, la clara inminencia o directa- mente el comienzo de un golpe de Estado derechista. Pero esto es especulacioŽn. Lo que no es especulacioŽn es que estas vastas formaciones, que comandan el apoyo al grueso de la clase obrera organizada, y que continuaraŽn comandaŽndola por mucho tiempo, estaŽn totalmente comprometidas con la obtencioŽn del poder –o del gobierno– por los medios electorales y constitucionales. Fue tambieŽn la posicioŽn de la coalicioŽn liderada por Allende en Chile.

Hubo un tiempo en que mucha gente de izquierda deciŽa que, si una izquierda claramente comprometida con cambios econoŽmicos y sociales profundos estuviera en viŽas de ganar una eleccioŽn, la derecha no lo permitiriŽa; esto es, lanzariŽa un ataque preventivo por medio de un golpe. Esta ha dejado de ser una visioŽn moderna: correcta o incorrectamente se percibe que, en circunstancias “normales”, la derecha no estariŽa en condiciones de decidir si podriŽa o no “permitir” que se realicen elecciones. Independientemente de lo que la derecha o el gobierno puedan hacer para influir en los resultados, la verdad es que no podriŽan arriesgarse a evitar que las elecciones se llevaran a cabo.

La visioŽn actual de la extrema izquierda tiende a ser que, incluso si esto es asiŽ, y admitiendo que es probable que lo sea, todo triunfo electoral, por definicioŽn, estaŽ condenado y seraŽ esteŽril. El argumento, o uno de los principales argumentos en los que se basa esta afirmacioŽn, es que el costo de la hazan~a de una victoria electoral es demasiado alto en teŽrminos de acomodos, maniobras y compromisos, de “ingenieriŽa electoral”. Me parece que hay maŽs de esto que lo que los Hombres Sensatos de la Izquierda estaŽn dispuestos a conceder; pero no necesariamente tanto como sus oponentes insisten en que debe ser el caso. Pocas cosas en estos asuntos se pueden establecer por definicioŽn. Tampoco tienen los oponentes al “camino electoral” mucho que ofrecer como alternativa en las democracias burguesas de sociedades capitalistas avanzadas; y tales alternativas, de la manera como se ofrecen, han probado hasta ahora no ser en absoluto atractivas para el grueso de la poblacioŽn de cuyo respaldo la realizacioŽn de estas alternativas precisamente depende; y no existe una muy buena razoŽn para creer que esto cambiaraŽ draŽsticamente en un futuro que deba ser tomado en cuenta.

En otras palabras, debe asumirse que, en paiŽses con esta clase de sistema poliŽtico, es por la viŽa del triunfo electoral que las fuerzas de la izquierda se encontraraŽn en el gobierno. La pregunta realmente importante es queŽ sucede despueŽs. Porque, como Marx tambieŽn lo sen~alara en tiempos de la Comuna de PariŽs, la victoria electoral solo nos da el derecho a gobernar, no el poder de gobernar. A menos que uno deŽ por garantizado que este derecho a gobernar no puede, en estas circunstancias, de ninguna manera ser transmutado en el poder de gobernar, es en este punto que la izquierda enfrenta cuestiones complejas que hasta ahora solo ha sondeado de forma imperfecta: es aquiŽ donde maŽs faŽcilmente se han usado los lemas, la retoŽrica y las palabras maŽgicas como substitutos por la dura trituradora de la deliberacioŽn poliŽtica. Desde este punto de vista, Chile ofrece algunas pistas y “lecciones” extremadamente importantes de lo que debe, y quizaŽs lo que no debe, hacerse.

La estrategia adoptada por las fuerzas de izquierda chilenas tuvo una caracteriŽstica no muy asociada a la coalicioŽn: especiŽficamente, un alto grado de inflexibilidad. Quiero decir que Allende y sus aliados habiŽan tomado decisiones sobre ciertas liŽneas de accioŽn, y de inaccioŽn, bastante antes de llegar al gobierno. HabiŽan decidido proceder conforme a la ConstitucioŽn, la legalidad y el gradualismo; y tambieŽn, en este escenario, que hariŽan todo lo posible por evitar la guerra civil. Habiendo tomado estas decisiones antes de tomar posesioŽn del gobierno, se mantuvieron apegados a ellas hasta el fin, a pesar de los cambios en las circunstancias. Pero puede ser que lo que era correcto y apropiado e inevitable en un comienzo se haya vuelto suicida en la medida en que la batalla se desarrollaba. Lo que estaŽ en cuestioŽn aquiŽ no es la oposicioŽn “reforma o revolucioŽn”: es que Allende y sus colaboradores estaban empen~a- dos en una particular versioŽn del modelo “reformista”, el que finalmente hizo imposible que pudieran responder al desafiŽo que enfrentaban. Esto necesita una mayor elaboracioŽn.

Alcanzar la Presidencia por la viŽa electoral implica mudarse a una casa ocupada durante mucho tiempo por personas de distintas costumbres; de hecho implica cambiarse a una casa en la cual muchas habitaciones continuŽan ocupadas por esas personas. En otras palabras, la victoria de Allende en las urnas permitioŽ que la izquierda ocupara uno de los elementos del sistema estatal, el Poder Ejecutivo: un elemento extremadamente importante, quizaŽs el maŽs importante, pero obviamente no el uŽnico. Habiendo alcanzado esta victoria parcial, el Presidente y su gobierno iniciaron la tarea de realizar sus poliŽticas “trabajando” el sistema del cual se habiŽan convertido en una parte.

Al hacerlo, indudablemente contravinieron un principio esencial del canon marxista. Como escribioŽ Marx en una famosa carta a Kugelmann en tiempos de la Comuna de PariŽs, “el proŽximo intento de la RevolucioŽn Francesa ya no seraŽ, como antes, transferir la maŽquina burocraŽtica-militar de una mano a otra, sino hacerla pedazos, y esta es la condicioŽn preliminar para una verdadera revolucioŽn popular en el continente”.20 Del mismo modo, en La guerra civil en Francia, Marx sen~ala que “la clase trabajadora no puede simplemente conservar la maquinaria estatal predefinida y manejarla para sus propios objetivos”,21 y procede a subrayar la naturaleza de la alternativa presagiada por la Comuna de PariŽs.22 Tanta era la importancia que Marx y Engels le atribuiŽan a este asunto que, en el prefacio de la edicioŽn alemana de 1872 del Manifiesto comunista afirman que “la Comuna demostroŽ especialmente una cosa”, que es la observacioŽn de Marx en La guerra civil en Francia que acabo de citar.23 Fue de estas observaciones que Lenin derivoŽ la visioŽn de que “destruir el Estado burgueŽs” era la tarea esencial del movimiento revolucionario.

Yo he defendido en otro lugar 24 que, en el sentido en el cual parece establecerse en El Estado y la revolucioŽn (y por ende, en La guerra civil en Francia), esto es, como establecimiento de una forma extrema de democracia asambleiŽsta (o soviética) inmediatamente despueŽs de la revolucioŽn, como substituto del destruido Estado burgueŽs, la nocioŽn constituye una proyeccioŽn imposible que puede no tener una relevancia inmediata para ninguŽn reŽgimen revolucionario, y que ciertamente no la tuvo en la praŽctica leninista tras la revolucioŽn bolchevique; y es difiŽcil culpar a Allende y sus colaboradores por no hacer algo que nunca tuvieron la intencioŽn de hacer en primer lugar, y culparlos en nombre de Lenin, quien ciertamente no mantuvo su promesa, y no podriŽa haber mantenido su promesa, detallada en El Estado y la revolucioŽn.

Sin embargo, aunque sea desgraciadamente “revisionista” siquiera sugerirlo, puede haber otras posibilidades que son relevantes para la discusioŽn de la praŽctica revolucionaria, y para la experiencia chilena, y que ademaŽs difieren de la particular versioŽn del “reformismo” adoptada por los liŽderes de la Unidad Popular.

AsiŽ, un gobierno empen~ado en cambios mayores a nivel econoŽmico, social y poliŽtico, en algunos aspectos cruciales, tiene ciertas posibilidades incluso si no contempla “destruir el Estado burgueŽs”. Puede, por ejemplo, ser capaz de efectuar cambios muy considerables en la planta funcionaria de las distintas aŽreas del sistema estatal; y en la misma liŽnea, puede comenzar a atacar y flanquear el aparato estatal existente por medio de una variedad de mecanismos poliŽticos e institucionales. De hecho, si quiere sobrevivir debe hacerlo; y debe finalmente hacerlo con respecto al elemento maŽs difiŽcil de todos: los militares y la policiŽa.

El reŽgimen de Allende hizo algunas de estas cosas. Si pudo haber hecho maŽs, dadas las circunstancias, es materia de discusioŽn; pero parece haber sido menos capaz o haber estado menos dispuesto a abordar el problema maŽs difiŽcil, el de los militares. Por el contrario, parece que hubiese buscado comprar el apoyo y la buena voluntad de estos a traveŽs de concesiones y conciliacioŽn, incluso hasta la hora del golpe, a pesar de la cada vez mayor evidencia de hostilidad por parte de las Fuerzas Armadas.

En un discurso el 8 de julio de 1973, y al que me referiŽ en el comienzo de este artiŽculo, Luis CorvalaŽn observaba que “algunos reaccionarios han comenzado a buscar nuevas formas de lanzar una cun~a entre el pueblo y las Fuerzas Armadas, sosteniendo que estamos intentando reemplazar al EjeŽrcito profesional. ¡No, sen~ores! Continuamos apoyando el caraŽcter absolutamente profesional de nuestras instituciones armadas. Sus enemigos no estaŽn en las filas del pueblo sino en el campo reaccionario”.25 Es una pena que los militares no compartieran esta visioŽn: uno de sus primeros actos despueŽs de tomar el poder fue liberar a los fascistas de Patria y Libertad que tardiŽamente habiŽan sido puestos en prisioŽn por el gobierno de Allende. Declaraciones similares, expresando confianza en la mentalidad constitucionalista de las Fuerzas Armadas, fueron frecuentes entre los liŽderes de la coalicioŽn, y el mismo Allende. Por supuesto, ni ellos ni CorvalaŽn albergaban muchas ilusiones acerca del apoyo que podiŽan esperar de los militares; pero pareciera, sin embargo, que la mayoriŽa pensaba que podriŽan ganaŽrselos; y que lo que Allende temiŽa no seriŽa algo asiŽ como un golpe en el claŽsico patroŽn latinoamericano, sino la “guerra civil”.

ReŽgis Debray ha escrito –por su conocimiento de primera mano– que Allende sentiŽa un rechazo visceral por la guerra civil; y lo primero que hay que decir sobre esto es que solo las personas moral y poliŽticamente lisiadas en sus sensibilidades podriŽan burlarse de este “rechazo” o considerarlo poco noble. Sin embargo, esto no agota el tema. Hay diferentes maneras de tratar de evitar una guerra civil, y puede haber ocasiones en las que uno no pueda hacerlo y sobrevivir. Debray tambieŽn escribe (y su lenguaje es en siŽ mismo interesante) que “eŽl [Allende] no se dejaba embaucar por la fraseologiŽa del ‘poder popular' y no queriŽa cargar con la responsabilidad de miles de muertes inuŽtiles: la sangre de otros le horrorizaba. Por eso es que no quiso escuchar a su partido, el Partido Socialista, que lo acusaba de maniobras inuŽtiles y que lo presionaba a tomar la ofensiva”.26

SeriŽa uŽtil saber si el mismo Debray cree que el “poder popular” es necesariamente una fraseologiŽa por la que uno no deberiŽa dejarse “embaucar”; y queŽ es lo que se entendiŽa por “tomar la ofensiva”. Pero, en cualquier caso, el “rechazo visceral” de Allende a la guerra civil, como lo deja en claro Debray, era solo una parte del argumento de conciliacioŽn y compromiso; la otra era un profundo escepticismo ante cualquier otra alternativa. La explicacioŽn de Debray de las razones que se discutiŽan en las uŽltimas semanas antes del golpe tiene un paŽrrafo revelador:

“¿Desarmar a los conspiradores? ¿Con queŽ?”, respondiŽa Allende. “Denme primero las fuerzas para hacerlo.” “MoviliŽcelas”, se le deciŽa desde todos lados. Porque es cierto que eŽl estaba en las alturas, en las superestructuras, dejando a las masas sin orientaciones ideoloŽgicas o direccioŽn poliŽtica. “Solo la accioŽn directa de las masas detendraŽ el golpe de Estado.” “¿Y cuaŽntas masas se necesitan para parar un tanque?”, respondiŽa Allende.27

Aparte de si concordamos o no con que Allende estaba “en las alturas, en las superestructuras”, esta clase de diaŽlogo tiene algo de verdad; y puede ayudar mucho a explicar los acontecimientos en Chile.

Considerando la forma en que murioŽ Salvador Allende, se justifica una cierta reticencia. Pero es imposible no atribuirle por lo menos algo de responsabilidad por lo que finalmente ocurrioŽ. En el texto que acabo de citar, Debray tambieŽn nos dice que uno de los colaboradores maŽs cercanos de Allende, Carlos Altamirano, secretario general del Partido Socialista, le habiŽa dicho, con rabia, hablando de las maniobras de Allende, que “la mejor manera de precipitar una confrontacioŽn y de hacerla incluso maŽs sangrienta es darle la espalda”.28 HabiŽa otros cercanos a Allende que desde haciŽa tiempo compartiŽan el mismo punto de vista. Pero, como Marcel Niedergang ha sen~alado, todos ellos “respetaban a Allende, el centro de gravedad y el verdadero ‘duen~o' de la Unidad Popular”;29 y Allende, como sabemos, estaba absolutamente empen~ado en el rumbo de la conciliacioŽn, alentado hacia ese curso por el miedo a la guerra civil y la derrota, por las divisiones en la coalicioŽn que lideraba, por las debilidades en la organizacioŽn de la clase obrera chilena, por un sumamente “moderado” Partido Comunista, y asiŽ.

El problema con ese rumbo es que teniŽa todos los elementos de una cataŽstrofe autocumplida. Allende creiŽa en la conciliacioŽn porque temiŽa el resulta- do de una confrontacioŽn. Pero, precisamente porque creiŽa que la izquierda era susceptible de ser derrotada en cualquier confrontacioŽn, tuvo que proseguir con cada vez mayor desesperacioŽn su poliŽtica de conciliacioŽn; y mientras maŽs la ejerciŽa, maŽs creciŽa la seguridad y la audacia de sus oponentes. MaŽs aun, y decisivamente, una poliŽtica de conciliacioŽn con los adversarios del reŽgimen teniŽa el grave riesgo de desalentar y desmovilizar a los partidarios. “ConciliacioŽn” indica una tendencia, un impulso, una direccioŽn, y encuentra una expresioŽn praŽctica en muchos terrenos, se quiera o no.

AsiŽ, en octubre de 1972, el gobierno habiŽa conseguido que el Congreso promulgara una “ley de control de armas” que dio a los militares amplios poderes para hacer rastreos en busca de arsenales clandestinos. En la praŽctica, y dado el sesgo y las inclinaciones del EjeŽrcito, muy pronto esta ley se volvioŽ una excusa para llevar a cabo redadas militares en faŽbricas que eran conocidas como bastiones de la izquierda, con el claro propoŽsito de intimidar y desmoralizar a los activistas,30 todo perfectamente dentro de la “legalidad”, o al menos suficientemente dentro de la “legalidad”.

Lo verdaderamente extraordinario de esta experiencia es que la poliŽtica de “conciliacioŽn”, tan incondicional y desastrosamente perseguida, no causara una desmoralizacioŽn temprana ni mayor en la izquierda. Incluso hasta fines de junio de 1973, cuando tuvo lugar el fallido golpe militar conocido como el “Tanquetazo”, la voluntad popular de movilizarse en contra de los futuros golpistas fue de todas maneras mayor que en cualquier otro momento desde que Allende asumiera la Presidencia. Probablemente fue el uŽltimo momento en el que hubiera sido posible un cambio de rumbo; y ademaŽs, en cierto sentido fue el momento de la verdad para el reŽgimen: era necesario tomar una decisioŽn. Y se tomoŽ una decisioŽn: concretamente, que el Presidente continuariŽa tratando de conciliar; y Allende siguioŽ cediendo, una y otra vez, a las demandas de los militares.

Yo no estoy defendiendo aquiŽ, que quede claro nuevamente, que otra estrategia hubiera tenido eŽxito; solo que la estrategia que se adoptoŽ estaba destina- da a fracasar. Dice Eric Hobsbawm, en el artiŽculo ya citado: “Personalmente no creo que hubiese mucho que Allende hubiese podido hacer despueŽs de, digamos, principios de 1972 excepto hacer hora, asegurar la irreversibilidad de los grandes cambios que se habiŽa logrado concretar [¿pero coŽmo? –R.M.], y con suerte mantener un sistema poliŽtico que le diera a la Unidad Popular una segunda oportunidad maŽs tarde. (...) En cuanto a los uŽltimos meses, es casi seguro que no habiŽa praŽcticamente nada que eŽl pudiera hacer”. Con toda su aparente racionalidad y sentido de realismo, el argumento es muy abstracto y ademaŽs una buena receta para el suicidio.
Para empezar, uno no puede “hacer hora” si ya se han impulsado grandes transformaciones, las que han conducido a una considerable polarizacioŽn; y si las fuerzas conservadoras se estaŽn desplazando de una lucha de clases a una guerra de clases. Se puede avanzar o retroceder: retroceder hacia el olvido o avanzar para hacer frente al desafiŽo.

Tampoco sirve de nada, en tal situacioŽn, actuar desde la presuncioŽn de que no hay mucho que se pueda hacer, ya que esto significa de hecho que nada se haraŽ para prepararse para la confrontacioŽn con las fuerzas conservadoras. Lo que deja fuera de juego la posibilidad de que la mejor forma de evitar tal confrontacioŽn –quizaŽs la uŽnica– es precisamente prepararse para ella, y estar en la mejor forma posible para triunfar si es que efectivamente se produce.

Esta es una referencia a un artiŽculo de J.P. Beauvais en Rouge, donde entrega un informe como testigo ocular de una de estas redadas del EjeŽrcito, el 4 de agosto de 1973, en la que un hombre fue asesinado y varios resultaron heridos en el curso de lo que equivaliŽa a un ataque de paracaidistas en una planta textil.

Esto nos devuelve inmediatamente a la cuestioŽn del Estado y el ejercicio del poder. Lo dije maŽs atraŽs, que un cambio radical en la planta de funcionarios puŽblicos es una tarea urgente y esencial para un gobierno inclinado hacia una transformacioŽn verdaderamente seria; y que ello necesita estar acompan~ado de una variedad de reformas e innovaciones institucionales disen~adas para empujar el proceso de democratizacioŽn del Estado. Pero en este uŽltimo punto es mucho maŽs lo que debe hacerse, no solo para concretar un conjunto de objetivos socialistas de larga data concernientes al ejercicio del poder socialista, sino como un medio, sea de evitar la confrontacioŽn armada o de enfrentarla en los teŽrminos maŽs ventajosos y menos costosos si es que evitarla se vuelve imposible.

Lo que ello significa no es simplemente “movilizar a las masas” o “armar a los trabajadores”. Estos son lemas –lemas importantes, siŽ–, a los que se requiere dotar de contenidos institucionales efectivos. En otras palabras, un nuevo reŽgimen inclinado a acometer cambios fundamentales en las estructuras econoŽmica, social y poliŽtica debe, desde el comienzo, empezar a construir y alentar la construccioŽn de una red de oŽrganos de poder, paralelos y complementarios al poder del Estado, ademaŽs de constituir una soŽlida infraestructura para la oportuna “movilizacioŽn de las masas” y la direccioŽn efectiva de sus acciones. Las formas que esta movilizacioŽn asuma –comiteŽs de trabajadores en sus lugares de trabajo, comiteŽs ciŽvicos en distritos y subdistritos, etc.,– y la manera en que estos oŽrganos se engranan con el Estado pueden no ser susceptibles de planificacioŽn anticipada. Pero la necesidad estaŽ alliŽ, y es imperativo que se satisfaga, cualesquiera sean las formas maŽs apropiadas.

A todas luces no fue la manera en que actuoŽ el reŽgimen de Allende. Algunas cosas que necesitaban hacerse se hicieron; pero, tal como ocurrioŽ la “movilizacioŽn”, y sus preparativos –demasiado tardiŽos para una posible confrontacioŽn–, carecioŽ de direccioŽn, de coherencia y en muchos casos incluso de valor. Si el reŽgimen hubiese promovido realmente la creacioŽn de una infraestructura paralela podriŽa haber sobrevivido; y, por cierto, podriŽa haber tenido menos problemas con sus adversarios y criŽticos dentro de la izquierda, por ejemplo el MIR, ya que sus miembros no se habriŽan visto tan impulsados a actuar por su cuenta y a desplegarse de un modo que incomodoŽ tan enormemente al gobierno: habriŽan estado maŽs dispuestos a cooperar con un reŽgimen en cuya voluntad revolucionaria hubiesen podido confiar. En parte por lo menos, el “ultraizquierdismo” es consecuencia del “izquierdismo ultramoderado”.

Salvador Allende fue una figura noble y tuvo una muerte heroica. Pero, aunque sea difiŽcil decirlo, ese no es el punto. No es coŽmo murioŽ lo que importa finalmente, sino reflexionar sobre si pudo haber sobrevivido al promover otras poliŽticas; y es errado afirmar que no habiŽa alternativa. AquiŽ, como en muchos otros aŽmbitos, y en este maŽs que en la mayoriŽa, los hechos solo se vuelven imperiosos cuando uno permite que lo sean. Allende no fue un revolucionario que tambieŽn era un poliŽtico parlamentarista. Fue un parlamentarista que, lo que ya es notable, tuvo tendencias genuinamente revolucionarias. Pero estas tendencias no pudieron sobreponerse a un estilo poliŽtico que no era el adecuado a los propoŽsitos que eŽl pretendiŽa alcanzar.

La cuestioŽn del rumbo no es una cuestioŽn de coraje. Allende tuvo todo el coraje que se requeriŽa, y maŽs. La famosa acotacioŽn de Saint Just, que tanto se ha citado desde el golpe, de que “quien hace la revolucioŽn a medias cava su propia tumba”, estaŽ cerca del blanco, pero faŽcilmente puede usarse en un sentido erroŽneo. Existe gente en la izquierda para la que solo significa el despiadado uso del terror, y que dicen una vez maŽs, como si acabaran de inventar la idea, que “no se puede hacer tortillas sin quebrar huevos”. Pero, como el escritor franceŽs Claude Roy observaba hace algunos an~os, “puedes quebrar un montoŽn de huevos y no lograr hacer una tortilla decente”.

El terrorismo puede llegar a ser parte de la lucha revolucionaria. Pero la cuestioŽn esencial es el grado en que los responsables de la direccioŽn de esa lucha son capaces y tienen la voluntad de engendrar y promover la movilizacioŽn efectiva, esto es organizada, de las fuerzas populares. Si es que hay alguna “leccioŽn” definitiva que aprender de la tragedia chilena, parece ser esta; y los partidos y movimientos que no la aprenden, y no aplican lo que han aprendido, bien pueden estar preparando nuevos Chiles para ellos.

Notas:

1 De no haber sido por la presioŽn y las protestas internacionales, bien podriŽa ser que CorvalaŽn ya hubiese sido ejecutado, como muchos otros, tras la apariencia de un juicio, o sin juicio.
2 The Times, 13 de septiembre de 1973.
3 IŽd., 20 de septiembre de 1973.
4 Le Monde, 29 de septiembre de 1973.
5 Citado por K.S. Karol en Nouvel-Observateur, 8 de octubre de 1973.
6 Le Monde, 23-24 de septiembre de 1973.
7 IbiŽd.
8 IbiŽd.
9 Le Monde, 13 de septiembre de 1973.
11 Ver en este volumen, .
12 Le Monde, 29 de septiembre de 1973.
13 IŽd.
14 “The Civil War in France”, en Selected Works, MoscuŽ, 1950, vol. I, 485.
15 Citado en The Times, 5 de octubre de 1973. Por supuesto esta no es una informacioŽn aislada: Le Monde,
por ejemplo, ha publicado docenas de informes horrorosos sobre la crueldad de la represioŽn.
16 The Times, 5 de octubre de 1973.
17 Sartre, L'Idiot de la Famille. Gustave Flaubert de 1821 a` 1857. PariŽs, Gallimard, 1972, vol. III, 590.
18 Marcelle Auclair, “Les Illusions de la Haute Sociétée”, en Le Monde, 4 de octubre de 1973.
19 Íd., 29 de septiembre de 1973.
20 Selected Works, op.cit., vol II, 420. 21 IŽd., vol I, 468.
22 IŽd., 471 y ss.
23 IbiŽd.
24 “The State and Revolution”, en Socialist Register, 1970.
25 Marxism Today, septiembre de 1973, 266. Ver ademaŽs nota 29.
26 Nouvel-Observateur, 17 de septiembre de 1973.
27 IbiŽd.
28 IbiŽd. Vale la pena sen~alar, sin embargo, que tambieŽn se ha informado que despueŽs del intento de golpe del 29 de junio Altamirano declaroŽ que “nunca la unidad del pueblo, las Fuerzas Armadas y la policiŽa ha sido tan grande como ahora (...) y esta unidad creceraŽ con cada nueva batalla en la guerra histoŽrica que estamos llevando a cabo”. (Le Monde, 16-17 de septiembre de 1973).
29 Le Monde, 29 de septiembre de 1973.
30 Le Monde, 16-17 de septiembre de 1973.

Ralph Miliband (1924-1994), fue uno de los intelectuales marxistas más influyentes de su generación. Historiador y sociólogo, fue profesor en la Universidad de Leeds y la London School of Economics. Autor entre otros libros de Parliamentary Socialism: A Study of the Politics of Labour (1961); The State in Capitalist Society (1969); Marxism and Politics (1977); Capitalist Democracy in Britain (1982); Class Power and State Power (1983); Divided Societies: Class Struggle in Contemporary Capitalism (1989) y Socialism for a Sceptical Age (1994), que se pueden consultar en inglés en https://www.marxists.org/archive/miliband/index.htm. El texto que reproducimos sobre Chile (octubre de 1973) fue su aportación al debate sobre la experiencia del Chile de Allende inmediatamente después del golpe de Pinochet, al que contribuyeron, con diferentes conclusiones, un importante número de intelectuales marxistas de los años 70.

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/el-golpe-de-estado-en-chile

 

 


 
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